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.002 - caverna

  • fredybuitragot
  • 8 sept 2017
  • 3 Min. de lectura

El hombre entro entonces en una gruta, y empezó a caminar adentrándose cada vez más viendo que el espacio lo permitía. Podía sentir una exigua corriente de aire que le indicaba de una salida al otro lado de la roca, y continuó. El espacio se iba haciendo cada vez más reducido y cada vez se movía con mayor dificultad. Se vio arrastrándose entre dos capas de roca; hacia abajo de él, el centro de la tierra, y todos los diamantes que jamás se descubrirán; y hacia arriba, cientos de toneladas hechas una montaña entera, que no caían sobre su cuerpo porque así lo había determinado los movimientos geológicos del tiempo. Sin embargo, el hombre pronto empezó a sentir que parte de todo ese peso lo aplastaba. De repente, su cuerpo ya no pudo pasar más. Se esforzó tratando de deshacerse de algunas cosas que llevaba atadas a su cuerpo, pero solo consiguió ajustarse más al espacio entre las dos rocas. Su cuerpo ahora estaba totalmente preso y hacía tiempo que avanzaba a tientas, apenas guiado por el aire del otro lado. Allí, con el peso que aplastaba su pecho y le dificultaba respirar, sentía cómo cada parte de su cuerpo había logrado ajustarse a esa grieta que ahora era su tumba. Cuando supo que avanzar era imposible, pronto notó también que regresar lo sería igualmente. Apenas pudo tener movilidad en un pie; todo lo demás estaba paralizado, aprisionado.

En su mente empezaron a aparecer las anticipaciones de su muerte. Se angustió tanto que empezó a gritar. Gritó hasta que estuvo exhausto y pronto supo que nadie lo escucharía. Se había aislado tanto de las personas que era casi imposible que otro humano pudiera estar cerca. Notó también, que quizá ya era de noche, aunque no podía escuchar el ruido de los saltamontes o de las ranas. Así se encontró llorando y en los sollozos su pecho se incrustaba más en la roca, tanto que podía comprender la dimensión de la montaña sobre su cuerpo. A lo largo de su piel podía sentir toda clase de insectos que trepaban y exploraban su cuerpo, quería sacudirse, ahuyentarlos, pero cada vez eran más. Pudo sentir como su cuerpo se dibujaba en su extensión física a través, únicamente, de los lugares en que rozaba cada patita de cada insecto sobre él. Y se sintió todo, su cuerpo entero, luego de que estuvo entumecido por largas horas. "Quizás, –pensaba– el hormigueo de mis miembros se deba al entumecimiento" quizás, en efecto había quedado atascado en una colonia de hormigas.

Al cabo de horas que tal vez fueran días, sus pensamientos cesaron de ir de un lado a otro en la inmovilidad total de su cuerpo. Desistió definitivamente de la idea de salir y se abandonó a sí mismo, simplemente como un intento de volverse roca, y de repente perder también su conciencia, de la misma manera en que ya no le pertenecía su cuerpo. Eso hizo que perdiera ya los límites entre su piel y la piedra. su respiración ahora era tan leve que ni siquiera era capaz de sentir el aprisionamiento en su pecho al inhalar. se había convertido en roca y su caverna era una extensión del grosor de su cráneo; coraza dura, exoesqueleto.

También el silencio lo aplastó. Hacía mucho tiempo que le era imposible ver algo (hasta los destellos que revolotean bajo los párpados en ausencia de luz desaparecieron) pero ahora lo único que escuchaba con un ritmo inagotable era el latido de su corazón en la cien. Ese sonido llegó a ser tan presente, tan profundo, que retumbaba en su cráneo como el reloj que contara el tiempo por extinguirse. Incluso en un momento llegó a desear que su corazón se detuviera, para no tener que escuchar aquel constante golpeteo en su cabeza.

***

Cuando escuchó las voces afuera, creyó gritar con todas sus fuerzas pero su voz había quedado reducida a susurros que retumbaban en él como estruendos. Finalmente, su energía se agotó y supo que era el momento de hacer su funeral, de dar un cierre a ese entierro que el mismo se había hecho. Y en un desvanecimiento paulatino de su conciencia, en un imperceptible tránsito, se quedó dormido.

Cuando lo sacaron de allí, un poco de aire lo trajo de vuelta a la vida. Era de noche, pero luego de haber vuelto de lo que para él fue una eternidad en las tinieblas, hasta la luz de las estrellas más diminutas, le parecían un destellos que lo encandilaban.


 
 
 

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